Entrevista a David Vergara, director de la Escuela de Meditación y respiración consnciente.

En los cursos y retiros que impartes, sueles hacer mucho hincapié en la importancia del autoconocimiento sobre cualquier otro aspecto, ¿Por qué es tan importante conocerse a uno mismo?

Porque conocerse a uno mismo es lo único que trae paz a nuestra vida, es lo que nos reconcilia con la existencia. Encontrar el camino hacía sí mismo es, como dice el Siddharta de Herman Hesse, la verdadera profesión del ser humano. Podemos alcanzar todos los logros externos que estén a nuestro alcance: dinero, un buen trabajo, pareja, etc… pero eso no nos realiza. Los seres humanos nos realizamos comprendiendo quienes somos y hacía ello tenemos que dirigir todos nuestros esfuerzos.

Pero, tener una buena cuenta corriente, un trabajo que nos guste, y un compañero o compañera de vida es algo muy importante y algo a lo que aspira la gran mayoría de seres humanos.

Por supuesto que es importante. Es algo que nos permite vivir mejor, que nos hace una vida más llevadera y algo a lo que no tenemos porqué renunciar. Pero, otra cosa es creer que eso nos va a realizar. Todos tenemos en nuestro interior una especie de vacío que tratamos de colmar, y ese vacío no lo llenan los euros, ni la pareja, ni los hijos, ni el trabajo, por muy vocacional que sea. Lo llena comprender quién soy.

Entonces, ¿Todo comienza preguntándonos quién soy?

Para ser más precisos, el autoconocimiento no comienza cuando nos preguntamos quiénes somos, porque ya tenemos una respuesta a esa pregunta. Comienza cuando nos cuestionamos la respuesta que ya nos hemos dado. 

Creemos saber quiénes somos, pero en el fondo no lo sabemos…

Efectivamente. Como damos por hecho que ya sabemos quiénes somos, no buscamos llenar el vacío interior indagándolo. Entendemos que ese vacío, existe porque no hemos cubierto los logros culto-socio-familiares que nos han metido con calzador desde bien pequeños: estudiar, casarse, tener una familia y un buen trabajo, etc… Nos podemos tirar toda una vida detrás de conseguir estos logros o vivir resignados por no alcanzarlos, y sin embargo, lo verdaderamente fascinante comienza con la autoindagación.  

¿Y qué es eso tan fascinante que nos revela la autoindagación?

Pues, qué no somos un ser individual separado de la realidad. Que, esencialmente, estamos conectados a todo: a nuestros vecinos, a los demás seres humanos, a los animales, a las plantas, al agua, al planeta, al universo. Nos revela que entender la realidad, únicamente desde nuestra subjetividad-individual, nos impide ver las cosas tal como son. Si lo miramos bien, desde la subjetividad la vida no tiene ningún sentido, es un auténtico drama: nunca se ajusta del todo a nuestras demandas, nuestro cuerpo y nuestra mente se deteriora, sufrimos enfermedades, mueren nuestros seres queridos. Por muy bien que nos vaya, tenemos un nicho esperando nuestros restos…

Entonces, ¿conocernos a nosotros mismos es ir más allá de nosotros mismos?

Sí, es ir más allá de nosotros mismos pero sin salir de nosotros mismos. Es ir más allá de una parte de nosotros que en principio lo ocupa todo: la subjetividad-individual. Se trata de ir más allá de ella, porque esto es solo una pequeñísima parte de lo que somos. Si nos atrevemos a horadar estos aspectos superficiales y egocéntricos, nos damos cuenta que somos mucho más de lo que creíamos ser. Los seres humanos somos un microcosmos, y como tal, en nuestro interior habitan los mismos principios y arquetipos que constituyen el universo entero. Ya lo dice la tradición hermética: Conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los dioses.

Pero, hay gente que no siente la necesidad de conocerse en mayor profundidad.

Claro, porque todavía no se han dado cuenta, de que lo que están buscando habita en su interior.   Lo buscan en otros sitios que consideran más interesantes. Normalmente en el mundo exterior. La cuestión es que, como en el mundo exterior no es posible hallarlo, tarde o temprano y a base de decepciones, nos vemos obligados a mirar adentro. Eso, o nos resignamos a vivir una vida insustancial. Como dijo Sócrates, una vida sin examen no merece la pena ser vivida.

¿Si todo está en nuestro interior, como hacemos para comprender todo eso que está en nuestro interior?

San Buenaventura, el gran místico cristiano, afirmó que los seres humanos tenemos tres formas de adquirir conocimiento. El conocimiento proveniente de los sentidos, al que llamó el ojo de la carne; el conocimiento que resulta de la lógica y la reflexión, que es el ojo de la razón; y el que deriva de la conciencia directa, no mediatizada ni por los sentidos ni por la razón, el ojo de la contemplación. De tal forma, que estando dotados para conocer-comprender desde tres focos de percepción, todo lo que no sea percibir la realidad desde estos tres ojos, es insuficiente para comprender la existencia en toda su dimensión. Viene a decir, que la realidad está compuesta de tres dimensiones unidas. O la vemos desde las tres dimensiones o no vemos la realidad, vemos lo que queremos ver o lo que nos han enseñado a ver.  

En nuestra cultura, la contemplación es considerada una actividad insípida, absurda.

Y así nos luce el pelo. Los occidentales, que en otros campos de cognición estamos muy desarrollados, tenemos completamente cerrado el ojo místico, que al ser el ojo más importante de los tres, nos impide tener una visión clara de las cosas.

¿Por qué es el más importante?

Los sentidos nos permiten ver la realidad material y la mente nos permite pensar sobre las cosas. Esto es muy importante para manejarnos funcionalmente. Pero es la contemplación la que nos faculta para saber cuál es la verdadera naturaleza de las cosas.

¿Y cómo es que los occidentales lo tenemos cerrado?

Nuestra cultura lleva considerando desde hace ya muchos siglos que la única comprensión válida es la que proviene de los sentidos (conocimiento empírico) y de la razón (conocimiento racional). Ni rastro del conocimiento místico o metafísico. Por tanto, ni rastro de la comprensión que ese conocimiento emana.

¿Quizá, por qué no puede ser comprobado científicamente?

Más que porque no puede ser comprobado científicamente, es porque se ha considerado de antemano que el mundo interior no es científico. Ha sido refutado antes siquiera de haberlo comprobado. Se ha dado validez a una creencia sin comprobar su veracidad, algo que contradice los propios principios científicos.

Entonces, ¿es verificable científicamente?

Por supuesto. El hecho de que el mundo interior sea, en principio subjetivo, no invalida que detrás de esa subjetividad, existan unos patrones comunes a todos los individuos, y por tanto, perfectamente verificables. Aunque claro, para comprobarlo hay que ponerse a ello. Alguien que no es capaz de sumergirse, sin argumentos apriorísticos en su mundo interior no está cualificado para refutar argumentos sobre del mundo interior. Si para la obtención de datos, el ojo de la carne requiere, pongamos, de un microscopio, y el de la razón, de entregarse a reflexiones cada vez más amplias y profundas, el ojo de la contemplación, demanda que nos sentemos en meditación o que practiquemos el noble arte de la contemplación.

Vale, pero ¿Cómo se hace para verificar que efectivamente esas comprensiones adquiridas son reales y no son producto de la fantasía del individuo?

Llegados a un punto, será innecesario que alguien externo reconozca o no, las sólidas certezas que nos abrazan. Incluso cuando toda una cultura va en contra de esas certezas. ¿De quién debemos esperar el reconocimiento de algo que podemos reconocer profundamente en nosotros mismos, como una certeza que va más allá de nosotros mismos? Pero en cualquier caso, hay sistemas de validación que provienen de aquellos que ya han navegado con éxito los tumultuosos mares del conocimiento más profundo. Igual que un doctor en Física puede desmontar los postulados de un principiante, o igual que un profesor de filosofía puede refutar los argumentos exhibidos por un alumno.  De hecho, en las escuelas meditativas-contemplativas propias de sabidurías ancestrales uno no llega a ser maestro porque se levanta una buena mañana después de haber dormido plácidamente, adjudicándose tal honor, sino porque ha adquirido una serie de comprensiones profundas y sostenidas a lo largo de los años (normalmente muchos más que cualquier carrera universitaria con masters y doctorado incluidos) Y, por supuesto, sometidas a comprobación por unos canales de verificación que se llevan desarrollando desde hace miles de años con éxito. ¿Hay algo más científico que un conocimiento y unas experiencias probadas, en algunos casos, desde hace más de tres mil años?

Bien, ¿y por dónde empezamos a conocernos a nosotros mismos en profundidad?

Pues, como hemos dicho antes, cuestionando seriamente la idea que tenemos sobre quienes somos. Dándonos cuenta que todo lo que hacemos, sentimos y pensamos, viene de alguna forma determinado por esa «falsa idea de yo» que hemos configurado en base los elementos externos, y por tanto, periféricos.

¿Y en cuanto a la contemplación, por dónde empezamos?

La contemplación requiere llevar la atención al origen de la percepción y no a la causa. Poner la atención en eso que percibe la realidad y no tanto en la realidad que se percibe. Es decir, diferenciar entre el árbol que aparece en mi campo cognitivo y aquello que me permite hacer consciente el árbol. Distinguir los pensamientos de eso que observa los pensamientos. Aunque puede sonar muy complicado, en realidad es extraordinariamente simple. Lo realmente difícil es creer que en ese espacio neutro que todo lo observa se encuentra la sabiduría.

Claro, porque resulta aburrido, ¿no?

Ciertamente, de inicio no suena muy atractivo. No es como ver Netflix. Se trata de calmar el sistema nervioso, no de excitarlo. Tengamos en cuenta la complejidad del asunto para nosotros, acostumbrados a una sobreexcitación permanente. Confiar la comprensión de la realidad al ojo místico requiere poner la contemplación, y como tal, el silencio por encima de los pensamientos y el análisis lógico, lo que supone entregarse a un modelo de comprensión radicalmente opuesto al modelo mental-occidental. Sin embargo, a medida que nos vamos afincando en este testigo de la percepción, todo comienza a cobrar sentido. En los retiros de meditación lo vemos constantemente. Solemos llegar mentalmente aturdidos, sobrepasados por los pensamientos y a medida que nos introducimos en la simple contemplación de nuestro mundo interior, todo se tranquiliza, todo se coloca en su sitio.  

El conocimiento profundo, ¿es para todo el mundo?

Yo creo que sí. Aunque complejo y exigente, el conocimiento profundo, no es el coto exclusivo de unos pocos que se dicen intelectuales. Como decía Heráclito, «a todos los hombres les está concedido conocerse a sí mismos y pensar sabiamente». Las restricciones o las dificultades que impiden fusionarnos con este conocimiento real que ya habita en nosotros, tienen que ver más con el compromiso con la verdad, con la sinceridad hacia uno mismo, con la valentía de enfrentar abiertamente los miedos o con ir más allá las falsas certezas enmascaradas de egoísmo y satisfacción inmediata, que con el coeficiente intelectual.

Por último, ¿qué recomendarías, a alguien que se está iniciando o que se siente atraído por la meditación?

Podríamos decir, que en principio se trata de aprender a concentrarse. Aprender a sostener la atención, algo complejo porque nuestro excitado sistema nervioso impide que la atención se consolide en un punto fijo. Una vez que sepamos anclar bien la atención, contaremos con la base necesaria para profundizar en la meditación, pero en principio, todo tiene que ir encaminado a fortalecer la atención desde la concentración. En cualquier caso, hay que tener paciencia. Hay que darse el tiempo suficiente para que la experiencia vaya calando. Meditar, es relacionarse con uno mismo desde el silencio, y no hay relación más compleja que la que mantenemos con nosotros mismos, con nuestra mente. Además, al situarnos con la atención por encima de la mente, seremos conscientes del torbellino de pensamientos que constantemente nos acribilla. Del desorden mental. Así que hay que tomárselo con calma. La paciencia y el consolidarse en un espacio ecuánime, que va más allá de los deseos y anhelos personales, tienen el premio del conocimiento profundo. Un premio que no hemos de anhelar para que nos sea otorgado. Un premio, que no nos es otorgado por meditar, pues ya está en nosotros, pero que con la meditación podemos hacer consciente.

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