Durante toda la existencia, el ser humano ha necesitado darle un sentido a su vida, una explicación del por qué de su existir, una razón por la que experimentar sus vivencias, a veces tan dolorosas, a veces tan mágicas.
En nuestra vida diaria, nos encontramos con situaciones que no sabemos gestionar y que nos llevan a la frustración y al desconcierto y nuestra búsqueda de la felicidad la enfocamos hacia conseguir lo que entendemos que nos llevará a sentirnos satisfechos plenamente, pero esta búsqueda la dirigimos normalmente hacia afuera y esto es lo que la hace infructuosa.
Vivimos en un estado de alerta continuo, tratando de hacer frente a todos los estímulos que nos vienen del exterior y debido a esto se ha desarrollado sólo una parte de nuestra mente, la más externa, propiciando que el resto de sectores que existen en la mente se hayan ido relegando en favor de la regulación de este contacto con el exterior que es lo que nos monopoliza y a lo que prestamos toda nuestra atención. Este hecho nos ha separado de nuestros mecanismos de autoregulación neurofisiológica, de las funciones psíquicas más internas, más profundas y hemos olvidado cuál es nuestra verdadera naturaleza.
A través de esta necesidad de entender la vida y por qué nos pasa lo que nos pasa, por qué sufrimos, por qué tenemos deseos, qué hemos venido a hacer aquí, quiénes somos y de qué formamos parte, hemos empezado a mostrar interés por los procesos internos y cómo llegar a ellos, a buscar respuestas dentro y no fuera.
Saber qué somos en realidad nos lleva a querer descubrirnos a nosotros mismos y ese camino de autoconocimiento es la respuesta a todas las preguntas que de una forma u otra nos inundan y atrapan nuestra atención más profunda.
Cuando inicias este camino, ya no hay vuelta atrás…la transformación es inevitable y nos llevará a vivir de una forma más libre y más plena.