La primera relación que tenemos en nuestra vida es con nuestros padres y es la que condiciona todas las demás. Para poder relacionarnos con todas las personas que nos vamos encontrando en el camino de la vida, tomamos como referencia la que nos apareció en primer lugar y la cogimos como modelo para saber cómo comportarnos y qué esperar. Esto lo tenemos integrado en lo más profundo de nosotros y sin ser conscientes de ello maneja las respuestas que damos y los recursos que tenemos para sociabilizarnos, por lo que el éxito y el fracaso de nuestras relaciones viene determinado por las experiencias vividas en la infancia en el seno de la familia, sea esta la que sea.
Leyendo el libro «El código secreto del cuerpo» de Eric Rolf me encontré con esta reflexión que me abrió un sin fin de posibilidades en esta parte de la investigación del interior de nosotros mismos.
«…En este punto vale la pena explorar algo sobre la relación entre padres y niños. Algo básico es darse cuenta, o por lo menos a considerar, de que espiritualmente es el niño el que viene a criar a los padres, a ofrecerles una variedad de situaciones de retos y beneficios que van a permitirles adelantar su crecimiento espiritual. Este proceso de dar de forma creativa también sirve para el desarrollo del niño en términos de cualidades, valores y sensaciones que él ha venido a explorar y a la vez también a evolucionar.
Para el niño los padres son un metáfora de su fuente mundana de nutrición física, emocional y mental; una especie de entorno que organiza y administra su mundo; es la metáfora de su comienzo en el mundo y de su lugar dentro de él; es su materia prima, el guión a partir del cual él va a escribir y evolucionar en el futuro (…) De alguna manera los hijos representan en términos de cualidades y valores posibles futuros disponibles para los padres, también representan el tipo de creencias y actividades que los padres están expresando y que pudieran necesitar cambiar.(…) Como la mayoría de los padres no reconocen o no lo aceptan completamente, se enfocan en la idea de cambiar al niño o intentar hacer al niño más como ellos que entender la naturaleza del comportamiento del niño y mirarlo como un reflejo de deseos y valores que ellos mismos quién sabe tienen reprimidos. Lo que estos padres no se dan cuenta es que, en un sentido el niño es una extensión, pero es para que el padre que la observa se convierta más en cómo es el niño, más que animando lo opuesto, que sea el niño el que se comporte en maneras aceptables para él…».
Con todo esto, la idea expresada al principio, se convierte en una corriente de doble sentido, en la que no sólo es el niño el que aprende a comportarse a través de sus padres, sino que los padres aprenden a evolucionar a través de mirarse en el espejo de lo que sus hijos les reflejan.
Si somos lo bastante sensibles como para abrirnos a esta experiencia, el aprendizaje de la vida se vuelve una aventura fascinante.